Decir que La elegancia del erizo es una joya de la literatura es, además de
un triste cliché, quedarse corta. Es una bofetada que se encarga de volver al
lector a la realidad que es más fácil de olvidar que de reconocer. La historia
es conmovedora, los personajes son entrañables y el lector no podrá sino gozar
capítulo tras capítulo la belleza de la obra.
Si bien Barbery hace uso de una
prosa inteligente y fresca, la narrativa es simplemente un disfraz. Tal como
René se empeña en guardar las apariencias, la autora hila las historias de los
personajes con la pura intención de llevar al lector a la reflexión de la mano
de la filosofía.
La historia es meramente muy
sencilla, pues el conflicto se centra en las expectativas de una Jueza de la Humanidad por algo que valga
la pena vivir. Y la historia secundaria, la de René, es aquella que rompe su propio esquema desengañándose,
haciendo ver que no porque las cosas sean nombradas de una forma tienen que ser
como se espera que sean.
Cada personaje honra el rol que se
le ha dado, nadie sobra y nadie falta. Cada diálogo o monólogo tiene un
trasfondo importante y hay muchas cosas que diciendo algo querrán decir otra
cosa. Leer La elegancia del erizo es
descubrir poco a poco y entre líneas una parte de nosotros mismos que quizá no
pensamos que estuviera ahí. ¿Cómo estamos seguros de que estamos en el mundo si
nadie más nos llama? ¿Qué tan importante es una coma cuando alguien nos dirige
unas palabras? Toda esta clase de detalles que pasamos por alto son los que
realmente hacen que nuestro viaje por el mundo tenga sentido. Sabemos que
amanece cada día, pero nunca volvemos el rostro hacia el cielo.
A pesar de ser un libro muy digerible
y fácil de leer, no es para todo el público. Si no se asume con la sensibilidad
de apreciar cada palabra, metáfora o referencia al arte y la cultura, es
posible que el lector no perciba los sentimientos que la autora ha querido
compartir. No es necesario saber acerca de pintura holandesa o conocer enteras
las grandes obras de la ópera; sin embargo, una actitud reacia a la empatía
puede impedir que la experiencia de descubrir la belleza en este mundo se
trunque.
Al final lo que queda del libro,
además de lágrimas incontenibles, es la esperanza por apreciar lo bello de la
vida, los siempres en los jamases, lo que le da movimiento y razón
al día a día, a pesar de que las personas se olvidan de que tienen un corazón
que palpita, una mente que reflexiona y un alma que aprecia el arte, el amor y
la amistad, sobre todo cuando ésta se encuentra en los rincones menos
esperados.